Una Relación Incluyente e Inquietante
El punto de partida
Si bien el relacionamiento entre educación y trabajo así como la fuerte interpelación que cada uno de estos ámbitos realiza al otro de ninguna manera podría considerarse un tema novedoso, en las últimas décadas se ha constituido en un eje estructurante de las formulaciones sobre el desarrollo económico y social y en una de las cuestiones que, suscintando mayores "coincidencias teóricas" en cuánto al "deber ser", plantea mayores desafíos e incertidumbres en su instrumentación. Desde ya que para llegar a estas coincidencias el camino recorrido no ha sido precisamente lineal: mucha agua ha pasado debajo de los puentes y hasta los puentes han cambiado sus posiciones relativas.
Educación y trabajo representaron por mucho tiempo realidades bastante separadas en múltiples aspectos. Desde el campo educacional, durante larga data la educación fue sinónimo de educación formal o regular, desarrollada en un espacio único y específico - el aula- y durante un período acotado de la vida - la niñez y la juventud, casi exclusivamente. Lo otro era formación profesional o capacitación o preparación para el trabajo. Incluso en el mismo campo de la educación formal se registraba la presencia de una modalidad desvalorizada académicamente y minimizada cuantitativamente: la educación técnica.
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Desde el mundo del trabajo, por su parte, la educación era mirada con desconfianza y, en ciertos casos, hasta con desprecio puesto que se entendía que la mejor, y quizás única manera, de prepararse para el trabajo era “aprender haciendo” y lo que importaba era el acceso a un entrenamiento específico y el desarrollo de habilidades y destrezas exclusivas para un puesto de trabajo. La habilidad refería al “saber hacer”: y el conocimiento se confrontaba en la práctica porque allí se aplicaba.
A su vez, las tradicionales Instituciones de Formación Profesional- salvo las integradas al sistema educativo público- al priorizar la preparación para el mercado de trabajo formal, durante mucho tiempo dejaron de lado a diversos segmentos de la población y tendieron a olvidar los aspectos educativos, que podrían incidir en un desarrollo más amplio y enriquecedor de las personas y las comunidades.
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Complementando los espacios desatendidos por estos dos grandes espacios formativos- la educación formal y la formación profesional- pero, con un papel claramente subordinado o complementario, se fue desarrollando- de la mano de las ONGs y organizaciones religiosas- la educación de adultos que, mayoritariamente, tuvo la condición de premio consuelo para los vastos sectores de la población que no habían podido asistir, a la edad prescripta, a los servicios regulares ofertados por el Estado. En ese sentido, históricamente si algo caracterizó a la educación de adultos fue la fragilidad y precariedad de su presencia y su contenido remedial e instrumental, sustancialmente volcado a lograr la alfabetización faltante y a la resolución de los problemas sociales y económicos de los destinatarios. Este esfuerzo alfabetizador -como lo recuerda Pedro Daniel Weinberg - se remonta, en nuestro continente, a la década del 30 cuando el General Lázaro Cárdenas, desde la Secretaría de Educación Pública, impulsa la creación y multiplicación por todo México de las escuelas rurales y abre las puertas de las secundarias a los trabajadores, logrando reducir, en seis años, casi a la mitad el número de trabajadores analfabetos.
Delimitados así los campos, cada uno fue consolidando sus propias líneas de desarrollo y la incorporación o integración de los aspectos que notoriamente eran identificados como definitorios de los otros sistemas sólo se fueron incorporando parcialmente y siempre con carácter subsidiario. El ejemplo más contundente de esta “actitud acumulativa” fueron las IFPs que lentamente fueron incorporando a sus desarrollos curriculares la formación en áreas instrumentales básicas de la educación general pero siempre considerándolas como secundarias a los efectos de los objetivos formativos. Hasta que la gran crisis de los 80, las políticas de ajuste y la transformación productiva, científica y tecnológica que caracterizan los nuevos tiempos sacudieron los cimientos de los tres campos y los colocaron ante la imperiosa necesidad de redefinir roles, perspectivas y estrategias, cuestionando las formas tradicionales de encarar sus respectivas finalidades y, por ende, la articulación necesaria.
El nuevo escenario económico y social
Mientras el período comprendido entre 1950-1980 se caracterizó en América Latina por:
a) la duplicación de la población que se tornó mayoritariamente urbana;
b) el aumento relativo de la población económicamente activa;
c) la considerable reducción de la tasa de analfabetismo;
d) el acceso generalizado a la educación básica y el incremento de la matrícula de la enseñanza superior.
La década de los 80 se definió por:
a) el incremento del desempleo abierto,
b) la reducción de la importancia relativa del trabajo asalariado, sin que fuera necesariamente acompañado de crecimiento del empleo por cuenta propia;
c) una distribución menos equitativa del disminuido ingreso per cápita;
d) la agudización de los porcentajes de población en extrema pobreza, lo que implica circuitos de exclusión que se traducen en temprano abandono del sistema educativo;
e) la caída, tanto del volumen como de la calidad, de los servicios sociales esenciales (educación, salud, vivienda, seguridad social, etc.)
f) la fragmentación nacional como consecuencia del avance de zonas beneficiadas con la modernización frente a otras que quedan totalmente excluidas;
d) una tendencia alarmante hacia el agotamiento de los recursos naturales.
A su vez, si bien también durante la crisis de los 80 continuó aumentando el capital educativo de la población, América Latina aún no ha conseguido que una importante proporción de su población alcance los niveles educacionales requeridos por aquellas ocupaciones que permiten mejores ingresos y niveles altos de productividad. Y lo que es aún más significativo, la expansión cuantitativa de la matrícula educativa, atentó contra la calidad y agudizó las diferencias entre los educandos, según su capital económico y cultural de origen, lo que es sinónimo de reproducción social de la pobreza.
En definitiva, las políticas de ajuste han logrado una recuperación de las cuentas nacionales, han corregido las finanzas públicas, controlado la inflación, revertido la preocupante tendencia a la de desinversión pero ello no se ha traducido uniformemente en mejoramiento de los niveles de vida del grueso de la población y tampoco se ha logrado extender, hacia los sectores más postergados, los frutos alcanzados por el esfuerzo de todos.
El cambio del paradigma productivo
Ahora bien, este viraje estratégico genera cambios impactantes tanto a nivel macro como micro. Respecto a los primeros todos somos coincidentes en identificar:
a) la mundialización de la economía con la simultánea liberalización de los mercados, la caída de las barreras comerciales, la regionalización creciente y la intensificación de la circulación del capital y la mano de obra,
b) los impactos de la incesante innovación tecnológica y, sustancialmente, de la informatización tanto en la vida productiva como en la vida cotidiana;
c) la lucha empresarial por el incremento de la productividad y el mejoramiento de la calidad como elementos básicos de la competitividad
Paralelamente, los cambios a nivel micro se relacionan con la escala de la mano de obra y con la organización del trabajo y están estrechamente condicionados por la revolución tecnológica que signa este fin de siglo.
AsÍ, nos encontramos que:
♦ frente a la repartición funcional estanca se instaura una creciente responsabilidad y autonomía del trabajador, a partir de saberes técnicos pluridisciplinares y conocimientos generales transversales;
♦ frente a la parcelización fordista se reclaman las polivalencias o ampliación del campo de acción individual;
♦ frente a la rigidez jerárquica se espera mayor autonomía y creciente comunicación interdisciplinaria con priorización de las tareas de coordinación y animación;
♦ frente a los conceptos estáticos de transferencia de tecnología y control de la calidad en el área de producción, se visualiza una conceptualización dinámica según la cual la tecnología se gestiona -cuando no se crea- y la calidad se construye desde el inicio y durante todo el proceso.
Todo ello conduce a un cambio radical del perfil ocupacional, a la exigencia de nuevas competencias y aptitudes- hasta ahora desconocidas o desvalorizadas-, que acercan la formación del trabajador a la formación del ciudadano y a la inexistencia de un determinismo tecnológico. Si bien estos cambios resultan radicales su aplicación no es masiva ni uniforme y conviven organizaciones industriales y empresariales del más diverso perfil tecnológico y organizacional; junto al reducidodesde el punto de vista cuantitativo- porcentaje de empresas dinámicas e innovativas coexisten un número ampliamente mayoritario de microempresas de producción artesanal y cuya acceso a las nuevas tecnologías es casi imposible.
Paralelamente, la pauta tradicional de empleo permanente, estable, remunerado y de plena dedicación cede cotidianamente terreno ante la movilidad constante de los puestos de trabajo, al interior de la empresa y entre empresas y ramas de actividad, alternando períodos de empleo y desempleo, en condiciones dependientes o -cada vez en forma más intensa- por cuenta propia, en el sector estructurado o no de la economía.
Ante esta heterogeneidad e incertidumbre, el ingreso al mundo del trabajo pasa incuestionablemente por contar con la mejor y más moderna formación, disponer de más y mejores conocimientos. Por ello, estar apto para el cambio y el aprendizaje permanente se transforman en la condición básica de la empleabilidad.
La sociedad cognitiva o la sociedad del saber 
En el mundo contemporáneo ya no es materia de discusión el rol de la ciencia y tecnología en materia de desarrollo. La investigación científica se concreta en innovaciones tecnológicas, aparecen nuevos productos, se sustituyen insumos, se descubren innovadoras técnicas de producción que permiten economizar recursos y reducir costos, etc.
Tal como lo señala Peter Drucker, “ el conocimiento pasa a ser ahora la base del trabajo humano y el tránsito de "el saber a los saberes" "ha dado al saber el poder de crear una nueva sociedad" . La mundialización de los intercambios, la globalización de las tecnologías, y, en particular, el vertiginoso desarrollo de la informática han aumentado las posibilidades de acceso de los individuos a la información y al conocimiento. Pero, al mismo tiempo y tal como se indicara, estas posibilidades están bien lejos de ser accesibles en forma igualitaria para todos y exigen de modificaciones de las competencias adquiridas y de los sistemas de trabajo. Para todos, esta evolución ha incrementado las incertidumbres y para muchos ha creado situaciones de exclusión intolerables.
Cada vez más, las capacidades para aprender en forma permanente y la posesión de conocimientos fundamentales definen las relaciones sociales entre los individuos y segmentan el acceso al empleo. La posición relativa de cada uno en el espacio del saber y de la competencia será decisiva y esta relación cognitiva estructurará cada vez más nuestras sociedades. Quienes no tengan acceso e incluso manejo fluido de la lecto-escritura y de un segundo idioma, al conocimiento científico y matemático y al dominio informático no poseerán las claves de la modernidad ni podrán ser considerados “alfabetos” en el siglo XXI y, además, estarán decididamente condenados a ser “inempleables”.
La necesidad de que la educación y la formación instrumenten a cada ciudadano para adaptarse y ser competente en las actuales condiciones del mercado de empleo, afecta a toda la población, joven y adulta, pero se torna especialmente relevante cuando a las exigencias derivadas de esta nueva sociedad organizada en torno a la espiral del conocimiento, se le suman condiciones de exclusión o marginalidad derivadas de la estratificación social y/o de la segregación etaria, cultural, regional, étnica o de género. Ello define poblaciones especialmente vulnerables como lo son los jóvenes pertenecientes a familias de escaso o nulo capital cultural y económico y, a su interior, las mujeres jóvenes o las adultas que necesitan reingresar al mercado laboral, que tienen aún más dificultades para la inserción y el desarrollo laboral que los varones. Conjuntamente interpela para la instrumentación de acciones tendientes a atender en forma especial estas desigualdades.
Considerar la educación y la formación en relación con la cuestión del empleo no significa que se reduzca la educación y la formación a una oferta de cualificación. Su función básica es la integración social y el desarrollo personal, mediante la internalización de valores comunes, la transmisión de un patrimonio cultural y el aprendizaje de la autonomía, la creatividad, la solidaridad requerida tanto para el desempeño productivo como para el ejercicio de la ciudadanía.
En América Latina la dimensión cultural como fuente de marginación es muy antigua y vigorosa como lo muestran las comunidades indígenas o aquéllos otros cuya ajenidad cultural al patrón dominante se manifiesta por el color de la piel. En algunos casos, la supervivencia de estos grupos se extiende a lo largo de cinco siglos lo que habla de la complejidad de cualquier proceso de integración de sus jóvenes generaciones.
La dimensión regional, por su lado, en parte se superpone con la cultural y, en otra, se origina en la desigualdad del desarrollo: regiones prácticamente abandonadas o ajenas a los flujos económicos o la población rural conocen fuertemente las manifestaciones socioculturales de marginalidad de quienes en ellas habitan. La juventud rural, reducida a una escolaridad primaria como máximo, va a en camino de transformarse en "inempleable" porque si se desplazan a las ciudades, además de desarraigarse sólo podrían emplearse en las ocupaciones marginales y aún esto sería complejo porque el volumen de estas bajas posiciones ya no es expandible en la ciudad moderna.
Por último, la estratificación social pone de manifiesto a las dos anteriores e incluye a los grupos de jóvenes integrados pero que por carencias de educación no logran adquirir la calificación que les permita acceder a una ocupación que les depare, a ellos y a sus familias, la satisfacción de sus necesidades básicas. La región realizó, a lo largo de décadas, un gran esfuerzo para desarrollar un gran sistema educativo pero no llegó a crear las bases homogéneas de cultura para toda la población y no logró la integración ni la retención de un sector considerable de jóvenes que, en algunos países, es del orden de la mitad que se encuentra por debajo de la escolaridad mínima o cuyos niveles de aprendizaje no les habilitan los conocimientos de base que requiere un aprendizaje permanente. Ese sistema además fue profundamente afectado por el ajuste estructural en la medida en que la población siguió creciendo y los servicios educativos deteriorándose por la crisis financiera del Estado.
Mientras tanto, las ocupaciones experimentaron cambios acelerados en sus perfiles, la formación científica sólo ha impregnado a algunos circuitos docentes de excelencia, normalmente de carácter privado, las innovaciones tecnológicas sólo son aprehendibles en las empresas y sectores de servicio innovador cuyo equipamiento no es posible reproducir en el aula y el problema de la obsolescencia de los aprendizajes ha pasado a ser un fantasma de todos los sistemas educativos. Esta falta de ajuste y correspondencia entre los conocimientos recibidos y las exigencias cambiantes e inciertas del mercado de empleo se suman a los factores macro y microeconómicos y sociales del mercado laboral para explicar el desempleo juvenil.
Testimonio claro de la universalización de esta temática es el Libro Blanco sobre Educación y Formación - Enseñar y Aprender - Hacia la sociedad cognitiva, elaborado en 1995, por la Comisión Europea para la educación, la formación y la juventud. El documento se centra deliberadamente en la situación del ciudadano europeo, joven o adulto, enfrentado al problema de su adaptación a las nueva condiciones de acceso al empleo y a la evolución del trabajo y las líneas de acción que sugiere para aplicar al ámbito europeo son bien contundentes y tienen por finalidad:
♦ fomentar la adquisición de nuevos conocimientos;
♦ acercar la escuela a la empresa;
♦ luchar contra la exclusión;
♦ conceder igual importancia a la inversión en equipamiento y a la inversión en formación.